108 senryū

Editorial: Grupo Cultural Ariadna de Madrid
Año: 2016
ISBN: 978-84-617-7299-5

Senryū, entre el vacío y la cumbre de Peñalara.

A diferencia de otros parajes de la sierra del Guadarrama, de perfiles suavizados por el tiempo y la erosión climática, el pico de Peñalara presenta un relieve abrupto, quebrado desde la cumbre hasta la laguna en paredes casi verticales, y un suelo perlado de clastos y esquirlas, producto de la labor de desgarramiento que llevaron a cabo los hielos glaciares y de la llamada meteorización biológica, es decir, la ruptura del granito provocada por las raíces, en épocas posteriores. Aunque la imagen de la cumbre desde las Dos Hermanas resulte apacible, llegar hasta ella, poco más de un kilómetro supone el último tramo de la ascensión, alberga no poco de reto.

Buena parte de los excursionistas se conforma con quedarse al pie del pico, contemplando la fachada de un templo anterior a cualquier religión, a cualquier noción de equilibrio. Los que deciden forzar un poco más sus bronquios y sus tobillos llegan a un lugar de ausencia, entregado al aire y a una noción de límite en la que juega más la cultura que el mero paisaje, en la que se presiente más el pasado que la altura, las preguntas más que la meseta al Norte. No es extraño que el senderista que fuma lentamente un pitillo de hebra, sin que tengamos muy claro cuando ha llegado, y del que sospechamos que no va a marcharse, se llame Rafael Pérez Castells. Alturas como ésta de Peñalara, imprecisa, quebrada, voluptuosa y un tanto cínica, son su territorio natural.

Conozco a varios tipos que se llaman Rafael Pérez Castells. Al excursionista enloquecido que, afirma, no sabe vivir por debajo de los mil metros y que cambia cualquier banquete por un kilómetro de camino entre zarzas y bostas de vaca. Al doctor en química que se cala las gafas para leer la fórmula de un pegamento industrial con el respeto que un alquimista siente por las palabras invisibles que lo acercan a la transmutación de los metales. Al empresario que reparte con largueza sus esfuerzos, sus beneficios y sus pérdidas, y del que sospecho que sólo trabaja en busca de amigos en los que fundirse. También conozco a un Rafael Pérez Castells que se bebió toda la cultura japonesa de un trago, lo que le produjo una borrachera de sensaciones que aún disfruta, y que desconfía del bushido como sólo un japonés de pura cepa puede hacerlo. Por supuesto que conozco a un Rafael Pérez Castells poeta, aunque éste último, lo confieso, me da miedo.

El poeta Rafael Pérez Castells está poseído por esa cualidad esquiva y mal entendida a la que se suele llamar “duende”, aunque tal vez resulte más apropiado decir que es su dueño. Y el duende me infunde cierto respeto, cierto temor. El duende es lascivo y certero, arrojado y galante, sabio y carnívoro, religioso y borracho. El duende, cuando el poeta Pérez Castells tira de él, se mea en las estrellas y baila entre los libros de historia; conoce las ecuaciones del hambre y el delirio de los mecanismos hidráulicos; rasga el amor con las uñas y perfila el odio en terracota. El poeta Pérez Castells, su duende, es valiente, obsceno, suicida y amigo. No se refugia, como otros tristemente hacemos, en las palabras, sino que convierte cada una en una maza con la que golpear aún más adentro, aún más fuerte, aún más imagen. Ha ido perfilando el instinto de escribir poemas hasta lograr una escritura totalmente instintiva, desnuda y culta, tan compleja como la respiración, tan automática como la caligrafía. Tan sólo la queja está fuera de este territorio; Rafael Pérez Castells duele con crueldad y con risa, del mismo modo que disfruta oscuramente; duele y disfruta sin trabas, con el dinero justo o menos, con la calle de su parte o en cualquier otra calle. Hace mucho que comprendió que un poema ha de responder a una cultura, lo que quiere decir un proceso dialéctico; que su escritura  corresponde a un estadio histórico determinado y que su forma puede derivar en máscara. Y a él no le interesan las máscaras, ni siquiera los códigos. Pero, como los alquimistas, sabe que el código encierra su propia negación, que la forma de una cultura entra en crisis si aparece el hombre en ella. Por eso, atraído por el laberinto japonés, cartógrafo del mismo, no puede aceptar el haiku, inmóvil, erudito e inhumano, para su propósito. Él sabe explicar la materia con que se comercia en el senryū, el presente que quema, la imprecación y la juerga. La iluminación no tiene cabida aquí; estamos en el territorio de la rabia. Mientras escribo estas prescindibles líneas, el empresario Pérez me comenta que ningún negocio puede funcionar si no se es consciente de que está echado a perder desde el primer momento. Vale perfectamente para el negocio de la poesía. Sólo es válido el poema que se precipita; el que intenta esquivar no es sino una tara de fabricación.

Tales son las razones por las que el poeta Pérez me da miedo; en realidad, siempre nos ha dado miedo, como sociedad, la inteligencia. Y más aún la inteligencia de un poeta, porque se dedica a nombrar, y esa acción es, si quiere resultar ética, corrosiva. Y la ética, como la corrosión, tiene la maldita costumbre de resquebrajar paredes y desenterrar aristas. Por mucha tranquilidad que ponga el senderista Pérez Castells al liar su pitillo apoyado en la muga geodésica que informa de la altura del pico de Peñalara sobre el nivel del mar.

Exactamente diecisiete sílabas.

Madrid, febrero de 2016

Álvaro Muñoz Robledano

Un proyecto especial

Después de editar todos mis libros anteriores en formato electrónico, le toca ahora a una novedad: “108 senryū”. Ha salido en papel y en libro electrónico.

Para su edición se contó con un proyecto de financiación en Verkami. No sabéis cuánto agradezco la colaboración de los 53 mecenas.

Ahora, si no pudiste participar en el proyecto y quieres tener el libro, lo puedes conseguir en AMAZON en formato electrónico o, el libro en papel.

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Lo que empezó siendo un proyecto solitario, en el que, al fin, me enfrenté a la rítmica japonesa del 5/7/5, terminó en un trabajo a cuatro bandas con Sebastian Fiorilli, Pedro Díaz del Castillo y Alfonso Arias.

Pedro Díaz del Castillo ha maquetado el libro, le ha añadido unos hermosos sellos creados por él, Sebastian Fiorilli ha dado el toque más senryū a los poemas originales, con una ironía y sorpresa en su vídeo que son el alma de un senryū y  Alfonso Arias  envuelve el ambiente de exotismo susurrante. Y con la guinda de un prologuista de excepción, Álvaro Muñoz Robledano.

El núcleo inicial fueron mis poemas, 108 senryū que como escribo en el prólogo “Desde hace más de veinte años viajo a Japón con frecuencia. Fui como comerciante, …, a las veinticuatro horas estaba enamorado de Japón y ese amor y admiración, con algunos matices, ha continuado hasta ahora.

Los paisajes, la comida, los onsen (balnearios), el sake y el sochu, su educación exquisita aunque turbadora —allí hasta una puñalada se da sonriendo— y sus mujeres. En fin, que a los pocos años de viajar a Cipango, estaba casado con una mujer de Nagakute y tenía suegros y sobrinos japoneses. Naturalmente, siendo poeta me interesé por su poesía” y me ha costado muchos años enfrentarme al ritmo-estructura de sus poemas basados en versos de cinco-siete-cinco sílabas. “La posibilidad de decir algo coherente y bello en tan poco espacio era un reto para un español que necesita y gusta de muchas palabras para decir algo o nada. Esos poemas eran como la gota de perfume que se obtiene después de macerar una buena cantidad de rosas. El haiku, qué hermoso nombre, de Basho, Issa y otros clásicos habla de la naturaleza en cuatro pinceladas y produce con sus tres versos un fuerte impacto estético. Pero a decir verdad, lo sentía lejano, algo natural puesto que nuestra cultura y nuestra forma de ver la vida es muy diferente a la de los japoneses.”

“En el haiku está el zen, el vacío —aunque no hay que confundirlo con el vacío nihilista de Occidente. Cuando el poeta habla de la luna llena que se refleja en un estanque, la luna no es luna ni el estanque es estanque, tampoco el poeta existe. Él se ha fundido con la luna, es luna y la luna es él mismo. El poeta se hace uno con la naturaleza.

Y ¿entonces qué hacer para trabajar con ese ritmo-estructura tan breve y sugerente? Afortunadamente, la literatura japonesa me ofreció la solución. Existe un poema con la misma estructura y ritmo que el haiku, que se ajusta más al pensamiento occidental. Es el llamado haiku humano o haiku de los vulgares y de forma mucho más bella senryū (sauce de río). El senryū es tan breve como el haiku, no utiliza herramientas retóricas que no están a nuestro alcance y permite hablar de las miserias y grandezas humanas sin desvanecer la voz del poeta.

Los ciento ocho poemas que se recogen en este libro, son fundamentalmente senryū, aunque alguno de ellos se pueda aproximar a un haiku – yo también tengo momentos místicos. Son ciento ocho porque ciento ocho son los pecados budistas y las campanadas que se tocan el día de fin de año y éste es el periodo de tiempo que he dedicado a esta obra”.

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17 sílabas

Y a este núcleo, un libro, se unió la creatividad de Sebastian Fiorilli y Alfonso Arias para crear un vidoclip resumen del libro. Este vídeo viene incluido en el libro a través de un código QR.

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Fénix

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