La torre dinamitada

Editorial: Devenir
Año: 1997
ISBN: 84-86351-87-1

C0ntraportada

Con La torre dinamitada, Rafael Pérez Castells (Madrid 1955), nos presenta su primer libro de poemas publicado hasta la fecha. Doctor en Ciencias Químicas, su actividad profesional se desarrolló primero en la investigación y posteriormente en el comercio. Aunque como él mismo nos dice, su actividad vital es hacer preguntas. Malamente dotado para la música y peor para el canto, confiesa que no ha podido apagar su egocéntrico deseo de embellecer sus preguntas, aunque éstas, nunca lleguen a tener respuesta. En La torre dinamitada de Pérez Castells, los misiles desmoronan las murallas cíclopes de la amistad, de la perpetuación y del individuo. Los últimos baluartes de la esperanza: la mujer pasión y el maestro, se abaten por fin ante el destino. Únicamente permanece el miedo, el placer, la muerte y el deseo de la nada.

Selección de poemas

a Antonio

HAY UN RUIDO COMO ALFOMBRAS

en todas las salas donde habito

no importa cuál es el juego

ni los golpes en la cara

solo importa que hay un ruido

que se extiende y algo significa.

No es la autopista entre muros oculta

ni esa obsesión que percute insistente.

No. Es un ruido que habla de lo mismo

entorno al brasero

o en la desidia de unos codos en la barra.

Como un gorgoteo se escucha

en la soledad de la mesa

y en la esquina de las meditaciones

proyecta su sombra.

Es respiración que no se anuncia

y se oculta contra el viento

como un cazador culpable

que acecha a su presa.

Son pupilas entrecruzadas

cuando la voz describe un valle:

el primero después de lo árido.

No importa tu pregunta

sólo importa

que es un ruido detrás de las miradas

que se extiende y algo, algo significa.

OJOS DE CLEPSIDRA

Estábamos todos en las fotos de ayer

esparcidas blanco y negro por la cómoda

al azar como lápidas en un campo inglés.

Nuestras caras risueñas

calcinados sarmientos en tus ojos claros.

              TIRINTO

Aunque se retiren los montes y vacilen
las colinas no retiraré mi lealtad.                           
Isaías 54, 10

Os encontré antaño como espejos                                                     

de mis ojos voraces                                                   

esmerilados en cristal de roca                                 

encastrados en maderas con olor                            

a resina                                                                     

o todavía sin pulimentar.                                           

Os encontré antaño con promesas                           

de amor indestructible                                             

y siempre os amaré como a mis dioses.                   

A ti, el de la pureza cristalina                                  

o a ti, disfrazado de velos                                           

polícromos

o a ti, amor de noches sin ti                                        

y al fin a ti, esmeril de mi agrietado azogue.             

Y también los que fuisteis tornasol                            

en un cruce de coches entre polvo.                          

Sí, os recuerdo turbado en vuestro primer reflejo.

Pero ahora ha llegado el tiempo

paseo mi mirada en derredor                                    

y la oquedad es un rostro de piedra.

Y os grito con mi voz extraviada que huyamos        

a un mundo-isla

– Tirinto circundado de murallas ciclópeas.

Y tan sólo permitiremos                 

llegar al náufrago.                                               

Sólo al náufrago que nos ofrezca su nuca            

para el gran sacrificio.                                              

Sólo al que quiera morir sin pudor.                         

Sólo al que como aquellos de nosotros                   

quiera recuperar la mirada de virgen                     

descalza ante el Gran Khan.                                  .

Descenderemos los cálidos días                     

sin recoger los ropajes caídos                               

ni herirnos con las ramas del abrojo               

no apartaremos las miradas desnudas                          

pues nada hay que ocultar.

Buscaremos los huertos                                         

rechazados por el escéptico.                    

Y portaremos la simiente               

de fuerza inusitada.                                        

Y lucharemos juntos formando una tortuga 

de bruñidos escudos contra la decadencia.      

Y oraremos de esta manera:

“Que vean los ojos la belleza radiante         

en los naranjos que asombran la infancia        

y no estacas de una cerca gigantesca

y carcomida.                                      

Que los ojos no pierdan el brillo de las lágrimas

y resecos no rueden de las cuencas vacías de sueños.

Que en las manos pervivan las vibrantes caricias.         

y nunca golpeen con el reverso de la ira.                                                  

Y que al cruzar el umbral, como el amigo con voz queda

convocó ante las brasas consagradas                        

nos acompañe el último, el más fuerte de nosotros.”

Y guardaremos su nombre ciclópeo

Tirinto ¡ Oh ! Tirinto

para cantarlo otra noche improbable.

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