C0ntraportada
Con La torre dinamitada, Rafael Pérez Castells (Madrid 1955), nos presenta su primer libro de poemas publicado hasta la fecha. Doctor en Ciencias Químicas, su actividad profesional se desarrolló primero en la investigación y posteriormente en el comercio. Aunque como él mismo nos dice, su actividad vital es hacer preguntas. Malamente dotado para la música y peor para el canto, confiesa que no ha podido apagar su egocéntrico deseo de embellecer sus preguntas, aunque éstas, nunca lleguen a tener respuesta. En La torre dinamitada de Pérez Castells, los misiles desmoronan las murallas cíclopes de la amistad, de la perpetuación y del individuo. Los últimos baluartes de la esperanza: la mujer pasión y el maestro, se abaten por fin ante el destino. Únicamente permanece el miedo, el placer, la muerte y el deseo de la nada.
Selección de poemas
a Antonio
HAY UN RUIDO COMO ALFOMBRAS
en todas las salas donde habito
no importa cuál es el juego
ni los golpes en la cara
solo importa que hay un ruido
que se extiende y algo significa.
No es la autopista entre muros oculta
ni esa obsesión que percute insistente.
No. Es un ruido que habla de lo mismo
entorno al brasero
o en la desidia de unos codos en la barra.
Como un gorgoteo se escucha
en la soledad de la mesa
y en la esquina de las meditaciones
proyecta su sombra.
Es respiración que no se anuncia
y se oculta contra el viento
como un cazador culpable
que acecha a su presa.
Son pupilas entrecruzadas
cuando la voz describe un valle:
el primero después de lo árido.
No importa tu pregunta
sólo importa
que es un ruido detrás de las miradas
que se extiende y algo, algo significa.
OJOS DE CLEPSIDRA
Estábamos todos en las fotos de ayer
esparcidas blanco y negro por la cómoda
al azar como lápidas en un campo inglés.
Nuestras caras risueñas
calcinados sarmientos en tus ojos claros.
TIRINTO
Aunque se retiren los montes y vacilen
las colinas no retiraré mi lealtad.
Isaías 54, 10
Os encontré antaño como espejos
de mis ojos voraces
esmerilados en cristal de roca
encastrados en maderas con olor
a resina
o todavía sin pulimentar.
Os encontré antaño con promesas
de amor indestructible
y siempre os amaré como a mis dioses.
A ti, el de la pureza cristalina
o a ti, disfrazado de velos
polícromos
o a ti, amor de noches sin ti
y al fin a ti, esmeril de mi agrietado azogue.
Y también los que fuisteis tornasol
en un cruce de coches entre polvo.
Sí, os recuerdo turbado en vuestro primer reflejo.
Pero ahora ha llegado el tiempo
paseo mi mirada en derredor
y la oquedad es un rostro de piedra.
Y os grito con mi voz extraviada que huyamos
a un mundo-isla
– Tirinto circundado de murallas ciclópeas.
Y tan sólo permitiremos
llegar al náufrago.
Sólo al náufrago que nos ofrezca su nuca
para el gran sacrificio.
Sólo al que quiera morir sin pudor.
Sólo al que como aquellos de nosotros
quiera recuperar la mirada de virgen
descalza ante el Gran Khan. .
Descenderemos los cálidos días
sin recoger los ropajes caídos
ni herirnos con las ramas del abrojo
no apartaremos las miradas desnudas
pues nada hay que ocultar.
Buscaremos los huertos
rechazados por el escéptico.
Y portaremos la simiente
de fuerza inusitada.
Y lucharemos juntos formando una tortuga
de bruñidos escudos contra la decadencia.
Y oraremos de esta manera:
“Que vean los ojos la belleza radiante
en los naranjos que asombran la infancia
y no estacas de una cerca gigantesca
y carcomida.
Que los ojos no pierdan el brillo de las lágrimas
y resecos no rueden de las cuencas vacías de sueños.
Que en las manos pervivan las vibrantes caricias.
y nunca golpeen con el reverso de la ira.
Y que al cruzar el umbral, como el amigo con voz queda
convocó ante las brasas consagradas
nos acompañe el último, el más fuerte de nosotros.”
Y guardaremos su nombre ciclópeo
Tirinto ¡ Oh ! Tirinto
para cantarlo otra noche improbable.
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