Tú y yo

Tú y yo de Alfonsina Storni, leído por Gemma Cuervo en 1967

Mi casa está llena de mirtos,
la tuya está llena de rosas;
¿Has visto a mis blancas ventanas
llegar tus palomas?

Tu casa está llena de lirios,
la mía sonríe amapolas.
¿Has visto rodando en mis patios
ramas de tus frondas?

De mármoles blancos y negros
tu casa vetusta se adorna,
y mármoles blancos y negros
llevan a mi alcoba.

Si luces enciende tu casa
mi casa de luz se corona.
¿No sientes llegar de la mía
sonidos de loza?

De día, de tarde, de noche
te sigo por selvas y frondas.
¿No hueles que exhalan mis labios
profundos aromas?

De día, de tarde, de noche
te sigo por selvas y frondas.
¿No sientes que atrás de tus pasos
se quiebran las hojas?

¿No has visto regadas tus plantas,
de frutas cargadas las moras
abiertas las sendas, las ramas
henchidas de pomas?

Cuidando tu casa en silencio
me encuentra despierta la aurora.
Cuidando en silencio tus plantas,
podando tus rosas.

Tu casa proyecta en mi casa
de tarde, alargada, su sombra,
nunca miraste sus muros
cargados de rosas.

Igual a tus patios mis patios
que surcan iguales palomas,
y nunca has mirado mi casa,
cortado mis rosas.

Igual a tus lirios mis lirios
que iguales octubres enfloran…
y nunca has mirado mi casa,
cortado mis rosas…

De la florida falda

De la florida falda, de Luis de Góngora, leída por Ángel María Baltanás en 1966

De la florida falda

que hoy de perlas bordó la alba luciente,

tejidos en guirnalda

traslado estos jazmines a tu frente,

que piden, con ser flores,

blanco a tus sienes y a tu boca olores.

Guarda de estos jazmines

de abejas era un escuadrón volante,

ronco, sí, de clarines,

mas de puntas armado de diamante;

púselas en huida,

y cada flor me cuesta una herida.

Más, Clori, que he tejido

jazmines al cabello desatado,

y más besos te pido

que abejas tuvo el escuadrón armado;

lisonjas son iguales

servir yo en flores, pagar tú en panales.

Madrigal

Madrigal de Gutierre de Cetina, leído por Luis Prendes en 1966

Ojos claros, serenos, si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

Romance sonámbulo

Romance sonámbulo de Federico García Lorca, leído por Fernando Guillén en 1968.

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde… ?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir,
decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

***

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

***

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

***

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.

Fernando Guillén

Federico García Lorca

La amapola pequeña

La amapola pequeña de Concha Zardoya, leída por Mª Ángeles Herranz en 1967

No es la flor de la luna.
Es la flor de la sangre,
boca roja que grita:
«No es el fuego quien arde.»

Si en los trigos su herida
se abre y cierra en la tarde,
la amapola pequeña
dice siempre: «Soy sangre.»

Las hormigas horadan
allá dentro tu carne,
corazón que ya brota,
por la flor, a este valle.

Si alguien rompe tu tallo,
dulce pecho se abre.
Y es tu voz quien susurra:
«La amapola es mi sangre.»

La guitarra

La Guitarra, de Federico García Lorca, leída por Carmen Bernardos en 1968

Empieza el llanto
de la guitarra.
Se rompen las copas
de la madrugada.
Empieza el llanto
de la guitarra.
Es inútil callarla.
Es imposible
callarla.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento
sobre la nevada.
Es imposible
callarla.
Llora por cosas
lejanas.
Arena del Sur caliente
que pide camelias blancas.
Llora flecha sin blanco,
la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto
sobre la rama
¡Oh guitarra!
Corazón malherido
por cinco espadas.