
De las mejores voces de mi entorno, de ésas que escuché en directo, la de Jesús Urceloy. Tiene un inmenso poderío y, a su vez, es capaz de leer a un volumen casi inaudible sin que el oyente pierda una sílaba de su discurso poético. Recuerdo la presentación de la Profesión de Judas en La Librería del Centro un martes 16 de noviembre de 2012. En aquel entonces la reseñé así:
«LA VOZ
Ayer 16 de noviembre de 2012, Jesús Urceloy presentó su doble libro “La Profesión de Judas/Misa de Réquiem” en la librería “Centro de Arte Moderno” de la calle Galileo de Madrid. Debería hablar de la excelente y cuidada edición del libro, editado por la propia librería, del que sólo se han impreso 100 unidades, de la despiadada belleza de los versos de Urceloy, de la cálida, hermosa y entregada presentación de Sebastián Fiorilli, pero no, sólo quiero hablar de la voz. La Voz que nace del pecho de Jesús Urceloy.
Los que seguimos a este gran poeta y generoso maestro de poetas, conocemos el torrente de su voz, su habilidad para usarla en poemas trágicos, cómicos o medio-pensionistas. Recuerdo su lectura de León Felipe, en Libertad 8 hará ya más de diez años – o veinte, quién sabe-, el vigor de los versos del poeta republicano encontró justo recitador. Urceloy nos embargó de energía revolucionaria en los 40 minutos que estuvo leyendo “Auschwitz”, “Como tú” “Deshaced ese verso..”. Otras veces nos deleita con el humor del soneto a la vaca y – el maestro Urceloy- no se corta un pelo y muge con la resonancia precisa. Y otras con la espectacular y divertidísima lectura de su cuento “Pingüinos” que tuve la oportunidad de disfrutar el la reunión del PAN en Morille el pasado mes de julio. Urceloy siempre se entrega al verso, lo respeta profundamente, lo ama y no se permite en ninguna ocasión fallarle. Mima la voz que debe usar con cada verso y la modula de acuerdo al ambiente en el que ha de leerlo, porque un mismo poema se puede leer de varias formas, sin que por ello se le falte al respeto. Usa su cuerpo irrepetible, lo entrega y en resonancia con las palabras, puede hacernos toser de risa cuando se mimetiza con un inmenso pingüino imperial o nos abruma con la pesadumbre del dolor y el desánimo. Su voz, su cuerpo y su mirada. Todo para que aquello que lea cale en huesos y cerebros ante un público deseoso de buena poesía.
Ayer Urceloy nos enseño una nueva habilidad: el susurro. Ayer nos susurró los versos, jugó con nuestros cuellos y orejas, que se extendían como antenas: el yunque, el lenticular y el martillo se hicieron huesos de vidrio, para no perder ni una sílaba ni una cesura. La Voz jugó con nosotros de forma delicada. Los versos de La Profesión de Judas fueron duros aldabonazos que escuchamos en silencio, o eso creímos. El volumen de la voz de Urceloy fue bajando a medida que se internaba en la Misa de Réquiem para terminar siendo un susurro en su último poema. Y digo que creímos escuchar en silencio el comienzo de la Profesión de Judas, porque aún no sabíamos lo que era el silencio. Urceloy creo dos mundos complementarios, su voz que se iba desvaneciendo y el silencio que crecía al mismo ritmo. Sobre el silencio de Judas vino el silencio helado del “Introitus” y finalmente el silencio absoluto llegó con el último verso de “In paradisum (libera me)”. Entonces supimos lo que es escuchar poesía en silencio. ¡Y todo ese juego sin que perdiéramos una sílaba, una inflexión!
Terminó el poema. Siguieron el silencio y el recuerdo del susurro durante diez o quince segundos y comenzamos a aplaudir, eran aplausos fuertes, no apresurados, quizá sobrecogidos: se prolongaron 4 o 5 minutos. Nadie gritó un “bravo” o un “monstruo, que eres un monstruo”, nadie quiso quebrar el susurro que Jesús Urceloy había dejado flotando en el silencio.
Rafael Pérez Castells»
Os ofrezco unas imágenes que valen más que mis palabras.
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