Poesía 2000-2006

Editorial: Grupo Cultural Ariadna
Año: 2006
ISBN: 978-84-611-7799-8

Prólogo

En seis años hay muchos días, llenos de horas, que hay que transitar siempre con uno mismo. A veces las palabras se reúnen como al azar, se comunican entre sí, se llaman, quedan, hacen cosas juntas. Y hay quien compila esas reuniones, las desentraña de su ser, adecenta y expone. Entre las manos del lector cuatro libros de encuentros. He utilizado la palabra compila, pero muy bien podría haber usado esta otra más sugerente: constela. Porque a pesar de las diferencias temáticas entre los cuatro conjuntos de textos, todos ellos gravitan en un delicado equilibrio respecto a los demás. Quizá por esta división, aunque abarcan un lustro, es difícil apreciar una evolución. Si bien, se puede intuir una tendencia, o más bien una tensión, hacia la prosa poética en detrimento del verso. Esa pulsión, ese querer contar, va empujando los poemas hacia el relato.

Se produce entonces un maravilloso equilibrio entre lo lírico y lo narrativo que dota a los versos de una suspensión, de un estatismo orientales; esta impresión la acentúan ciertas imágenes que, por su detallismo y belleza inconmovibles, viajan hacia el imaginario japonés.

Y es que lo oriental es un sol hacia el que crece esta poesía. Sembrada en una suerte de placidez rítmica, un tempo que invita al paladeo, a la meditación, a un tipo de sabiduría antigua que germina desde la observación y el auto-análisis, desde la conciencia del otro. En algunos poemas es evidente y en otros aún incipiente, pero en todos hay algo de esa serenidad de lo que fluye, la sensual rueda de los cuerpos en su eterno estar siendo con las palabras que en el poema se detienen. Es en La línea de fractura donde más observable resulta esta circularidad, que en este caso viene a ser un camino hacia lo Uno por el reverso de lo erótico.

No sé si por influencia oriental también le viene la línea filosófica, de cuestionamiento existencial, que despunta en El hombre en el zaguán. El hombre duda ¿sale o entra? ¿se puede permitir seguir esperando? Esta línea ya existía en otro poemario, Diccionario de días (1999), aquí inseparable de otra reflexión –idéntica, en realidad– sobre la creación poética. Parece que en estos versos las preguntas por qué escribo y por qué soy son la misma pregunta. La memoria interfiere en el presente, no lo deja ser futuro. Y sólo queda la imaginación como forma de proyectarse en él, apoyado en el quicio de una puerta, la imaginación y el futuro, el pasado y la memoria, y una pregunta que se repite envuelta en distintas palabras.

Sin embargo, cuando la pregunta nace de la injusticia, de la observación del mal ya no hay tantas dudas. Es aquí donde brotan el otro lado del mundo y del hombre. Y puede que ésta sea la mayor originalidad de Rafael Pérez Castells: toda la espiritualidad no evita que sea un hombre tenazmente comprometido. Hay denuncia en Cuatrocientos versos, con crudeza y sin piedad. Y hay denuncia, pero también esperanza, en esa exquisita rareza que es En busca de una isla habitada. Un sueño utópico, una tierna invitación a la rebeldía, canto a la imaginación como productora de realidades… Hubo un tiempo en que por estas cosas a los poetas los desterraban. Cuando uno pensaba que no quedaban utopistas, sólo sueños, se encuentra un hombre que cree en los sueños y además los canta.

Pero si hay una cualidad destacable por encima de cualquier otra –y que no tiene precio– es que la lectura transpira sinceridad. Estas palabras no son un escudo tras el que se esconde nadie. Más allá de densidades formales y recursos, cuando el poeta es capaz de convertir la ficción poética en expresión sincera, cuando la expresión y lo expresado son un solo jirón que la voz ata a su mástil, entonces el lector navega. Entiéndase, no se tratar de negar la sinceridad de otros estilos, sino de rastrear las marcas que deja en éste concreto. Se infiere de un lenguaje pulcramente sencillo; se escucha en cadencias tranquilas, pausadas, capaces de trasfundir tiempo y espacio en una sola irrealidad. Se explica en ese querer contar, voz reencarnada de cadenas de generaciones de bardos y visionarios. Se revela cuando la imagen es luminosa, aunque natural en sus términos, porque entonces es cuando el poeta está rozando su máxima aspiración con los dedos, la de re-originar la aparición de la palabra: y el mundo se re–crea al ser nombrado.

Instantes recreados con la paciencia, la destreza del que poda los bonsáis, con la devoción del que colecciona retiradas, con el asombro del que se creía mayor para volver a creer en el espíritu del árbol ante el cual la muchacha se detiene y reza.<br>Son seis años llenos de viajes al otro lado del mundo, de segundos, trayectos en los que al volver puede no reconocerse nada, de minutos, esperas en terminales, de horas y la soledad de un hotel, de días viviendo sólo del recuerdo. Pero también años de días enteros de una felicidad que ya parecía imposible, de paredes de papel y cojines sobre el suelo, de minutos detenido porque la belleza lo alcanza, ramas que se mecen sólo para su mirada durante un segundo.

Antonio Rómar

Selección de poemas

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