No es la flor de la luna.
Es la flor de la sangre,
boca roja que grita:
«No es el fuego quien arde.»
Si en los trigos su herida
se abre y cierra en la tarde,
la amapola pequeña
dice siempre: «Soy sangre.»
Las hormigas horadan
allá dentro tu carne,
corazón que ya brota,
por la flor, a este valle.
Si alguien rompe tu tallo,
dulce pecho se abre.
Y es tu voz quien susurra:
«La amapola es mi sangre.»