Reniego de vosotros como un pedro tartamudo,
no una ni dos ni tres veces, cada una multiplicada
por mi cansina duda y la certeza de mi ignorancia.
Reniego repetidamente igual que el eco, que se pierde de risco en risco,
como una madre cuando lee y acuna al tiempo a su hijo con monótono canto.
Conozco mi consciencia limitada, escucho lo que escucho, veo lo que veo,
son pocas herramientas y con ellas os juzgo
porque vosotros nos abandonasteis.
Un universo que es uno entre cuántos,
si uno – el mío – me vuelve loco cuando intento medirlo, tanto bullicio me abruma.
No pretendo negar lo que no concibo, lo innombrable,
no está entre mis posibles,
yo sólo soy de un pueblo de la sierra, de un país, de un continente,
de un planeta, de una galaxia, de un cúmulo, una red, un filamento,
por el que viajan ángeles y diablos, dioses tan mortales como nuestra consciencia.
No alcanzo más allá, es infructuoso,
lo mío está más cerca, demasiado dentro a veces, y sólo puedo renegar de lo próximo
de ellos, de los viajeros estelares que dictaron los libros y nos abandonaron.

