Tengo una desazón,
dos relojes que dan
las horas a destiempo,
un carné, ya en sus bordes
amarillo por el óxido
que dejaron los años
y en la cabeza planes
para llenar un siglo.
El maldito carné
dice sesenta y dos
años y en mi cabeza
apenas cuento treinta,
a lo sumo diez más,
por mi mala memoria.
No sé si echar el cierre
o sacar las maletas
y empezar la aventura,
no sé tirar la toalla
ni tirar adelante.
Carpe diem me dicen
mientras la desazón
me tiene secuestrado
y no aprovecho el día.