Foto de jules_idunn
Pasado largamente la mitad del camino y temiendo perder la cabeza cualquier día,
apunto a toda prisa mis recuerdos, antes de que se esfumen y no sepa encontrarlos.
Recuerdo aquellos ojos en la iglesia de El Cachorro,
las paradas nocturnas del expreso en la estación de Linares,
para estirar las piernas y comprar un bocadillo a los vendedores del andén.
Era la iniciación como cofrade del amor sin condiciones.
Recuerdo, en Tamarite, nuestras conversaciones, tumbados sobre el techo del garaje, techados por estrellas.
Serían parecidas a las que ahora tendríamos, pues seguimos haciéndonos las mismas preguntas.
Recuerdo aquellos años de lecturas voraces y de intrigante búsqueda de libros, rosas de Luxemburgo en la trastienda.
Recuerdo un coche fúnebre tirado por ocho caballos negros y a nosotros, tirados en el césped del rectorado, preguntándonos y ahora qué pasará, mientras pasaba.
Más aquellos caballos eran fruto de otro cuento, en realidad era un camión bastante feo.
Recuerdo los ibones, el sobrio Vignemale y un pequeño refugio iluminado de relámpagos.
La emoción de la altura y la sorpresa del horizonte siempre es nueva, nunca envejece, solo cambia.
Recuerdo que en Obona hubo un milagro, aún sigo buscando explicación,
quizá fuera la magia del helecho o la de los muros derruidos,
pero es cierto, durante un tiempo, pude leer sin gafas la letra pequeña de los contratos.
Recuerdo el viento sobre la cubierta de un ferry navegando hacia Génova,
San Marcos inundado y a nosotros caminando sobre el agua como dos jesucristos,
también al comensal aplicado a su bígoli, con los pies recogidos como una ponedora,
mientras que la laguna veneciana se derramaba bajo sus plantas.
Recuerdo a una mujer. Me abrió la puerta.
Entonces sentí que era para siempre, sin saber todavía que siempre es un deseo.
Recuerdo que en Meteoras me subí en una cesta, enviada por un monje bromista y en mi viaje hacia el cielo, me dejó colgado a medio camino.
Él la bajó por darnos estampitas de un santo y yo me subí en ella pensando que quería conocerme.
Recuerdo que Mike Jagger cantó bajo la lluvia en un estadio vacío.
Recuerdo Check Point Charlie, la mejor descripción la vi en Casino Royale,
a un lado una ciudad iluminada en un pálido rojo, al otro una sodoma-gomorra multicolor hasta las pestañas, llamada West Berlín.
El lado iluminado con una pálida luz roja no tenía esperanza,
compré unos discos de música clásica excelentemente grabados, poco más queda de su historia.
Recuerdo que arreglaste un palo de avellano para que me acompañara aquellas vacaciones,
treinta años después sigue acompañándome en el monte.
Recuerdo al orgulloso Orión, la noche en la que vivaqueamos en Siete Picos, y las palabras que me susurró.
No las olvido, sé que alguna noche volveré para darle una respuesta.
Recuerdo aquellos viajes gastro-etílicos por tierras castellanas,
un vino que velaba claustros y paisajes, resaltando una magia que empapaba sus tierras,
de niebla, acero, fuego, sangre, uva, incienso y mesta.
Recuerdo que bailaba, desnudándome por el pasillo,
mientras Sting cantaba un “every breath you take” premonitorio.
Estaba poseído porque te vi nacer.
Recuerdo las mujeres de Lefkada con sus sayas negras que dejaban el pecho al descubierto.
En los años setenta aquello no era propio, para evitar lo impúdico, respetaron el traje y le añadieron sostén.
Recuerdo algunas lágrimas al ver el rosetón de Notre Dame, en mi primer viaje a París.
Volvieron a correr frente a un televisor, cuarenta años después.
Recuerdo una comida en el Dva Jelena en Belgrado, del fondo surgió un canto, casi un murmullo,
que se fue contagiando por las mesas.
Todos se pusieron en pie, con las copas alzadas, no entendía la letra, no hacía falta,
eran tambores de una guerra absurda que pronto llegaría.
Recuerdo un baño en el mar y llovía, era un mar muerto,
el lodo se vertía por los acantilados queriendo reanimarlo.
Recuerdo que bebí la leche de la cabra Amaltea después de mi primer porro y Ezis me dejó.
Unos años después, busqué en la Cueva de Zeus y la cabra no estaba.
A Venecia, dos veces la recuerdo, a esa vieja señora caída en desgracia que aún guardaba una belleza melancólica.
Creímos ver a un joven bello y un tanto cursi, en la playa de Lido.
Recuerdo a una mujer en bicicleta por la ribera del Kamo, su espalda erguida como un junco sobre el sillín,
fue un cebo irresistible que desvió mi camino y, cuando la perdí, al cruzar un puente,
ya no supe encontrarlo.
Recuerdo el cementerio abierto a la campiña, donde decías que podríamos hablar con los muertos, cuando volvieran de su paseo vespertino.
Recuerdo a los danzantes aztecas que venían de Michoacán, bailaban y vendían collares, pendientes, tocados de plata y plumas en la plaza del Zócalo.
Al más impresionante le compré un collar envuelto en bailes y sahumerios.
Y aquella noche de magia y de poesía, estaban Osvaldo, Elena, Félix, Raulito, algunos más que no recuerdo, tú y yo.
Al volver al hotel President, cerca del bosque de Chapultepec, quedamos en tu cuarto para tomar la última y contarnos la noche, de nuevo.
Recuerdo un gigantesco árbol de luz sobre el Bidasoa. Éramos jóvenes,
creíamos tener una energía inagotable
y como la del rayo poderoso se desvaneció con el tiempo.
***
Y a medida que vuelven, los recuerdos tiran de otros y mi vida parece que se va llenando.
Un palo de avellano me recuerda a las Torres Petronas,
su luz iluminaba a un grupo de mujeres vestidas con niqab, una de ellas usaba un bastón blanco,
caminaban al lado de un tugurio de citas, donde otras mujeres se ofrecían.
Te recuerdo dormida en la cubierta del barco que navegaba hacia Creta, alguien nos dejó unas mantas, el mar nocturno anunciaba medusas, tritones y al monstruoso Leviatán, aliado con Eolo para que no llegaras a tu amado Cnosos,
pero allí estaba yo, protegiendo tu sueño y temiendo al Minotauro que te robaría.
Recuerdo aquella aurora boreal, sobrevolando los meandros del Yenishei,
fue como un agujero de gusano, en un instante pasé de occidente a oriente,
saltamos de la Tierra a otro planeta.
Recuerdo el golpear de una cancela en una calle de Baeza o la vista del valle de los cerezos y en ambos mi recuerdo va más allá del motivo.
Resonabas, la música fluía desde su origen a tus manos y yo desaparecía en el silencio.
Tendría que esperar a escuchar en tu piano la banda sonora de tus ausencias.
El cielo es un recuerdo que está en todos los otros, cuando es protagonista, los magos viajan a Belén.
Un día vi el cometa Hale-Bopp en un alcornocal de Extremadura y semanas después, lo vi, casi besando el horizonte, desde el puerto de Jaffa.
No digo que sea mago, quizá hijo de la magia.
Recuerdo los graznidos de los cuervos en las calles dominicales de Tokio.
Recuerdo, en Candelario, unos castaños y a unos críos moviéndose entre sus ramas como monos
y los confusos días de delirio que me llevaron allí.
También la lucidez cuando bajaba la fiebre, gracias al antibiótico o al agua de Lourdes según a quien preguntaran.
En la plaza de Almagro te volví a encontrar, después de veintisiete años estabas vivo, alguien cometió un error.
Recuerdo que pensé ¿cuántas verdades inequívocas, son pura mentira?
Recuerdo al maestro, sobre de la pirámide del Sol, contaba a sus alumnos como Siyah K’ak’ conquistó Tikal, destronando a Átlatl Cauac.
Recuerdo una venus pequeña, de no más de tres palmos, en una estantería de un almacén ilegal en Reggio Emilia,
otra diosa victoriosa me sorprendió de igual manera, en las escaleras del Louvre,
pero aquella pequeña Venus brillaba en una cueva de ladrones, salvadores de objetos perdidos.
Recuerdo el vuelo,
simplemente elevarse, cruzar las nubes, y percibir la curvatura del planeta,
y ver la geografía desplegarse, los ríos, los desiertos, las montañas, el azul en el que se confunden el agua y el viento
y aún queda la belleza del retorno, ver como se acerca la bahía de Río o cómo las alas se balancean entre las montañas buscando el aeropuerto.
Recuerdo que un fantasma se colgó de mi espalda en Nigatsu-do.
Los tres días siguientes, tuve extraños sueños, tres figuras alternas me miraban y sonreían.
Sus vestidos cambiaban de los del shogunato a nuestros tiempos.
A dos los conocía, del tercero intuía su importancia.
Recuerdo los mercados de cualquier lugar del mundo, son el primer museo que visito, en ellos se encuentran las claves.
En Huasi, las serpientes cuelgan desangrándose, en el Gran Zoco de Tanger, las especias impregnan el aire, en Tsukiji, un tanatorio oceanográfico habla de un pueblo marinero.
Si la felicidad es un recuerdo, ése sería el de todos tus dientes, grandes, blancos de perborato, limpios,
igual que tu sonrisa que era un gran balcón desde donde saludaban.
Recuerdo un hombre muerto en un montón de basura, era domingo en Sao Paulo,
lo archivó mi memoria como objeto encontrado, readymade en la entrada de un museo del horror.
Recuerdo que salí de aquella Iglesia, Santa Rita, más ligero, sin cadenas.
Un cura demasiado interesado en saber los detalles de mis faltas, me liberó de lo absurdo, castigándome a rezar oraciones repetidas hasta la hipnosis,
como si Dios fuera sordo y ciego, porque mudo ya es, siempre habla por boca de otros.
Nada me quitó la santa, porque nada me dieron.
Recuerdo que los bosques de haya echan raíces en los pies del que los cruza.
En Soto de Sajambre hay uno antiguo, habitado por duendes, los he visto en fotos inquietantes y en la cara de la mujer que vive en el monte y los talla en los troncos de las hayas muertas.
Hasta ese bosque se extienden mis raíces, no importa donde esté, sigo bebiendo la savia de esas hayas.
Recuerdo haber rezado en Silos con los monjes. Maitines en el coro, qué extraña situación para un ateo que canta tan mal.
Recuerdo que las luces semejaban un belén navideño en las colinas de Caracas,
como una maldición, al amanecer, aquel belén se transformó en un barrio de ranchitos.
Recuerdo que contabas aventuras increíbles, tantas que en una vida difícilmente caben, sin embargo, te creí y resultaron ciertas.
Eras un alí bey, un anarquista, nadie a tu paso era indiferente. Desordenaste mi vida como un viento que cumple su destino y no es responsable de los daños.
Recuerdo mi primera visita a Córdoba, la mezquita oscura, fresca, en el exterior un calor sofocante.
Nos deslumbramos con un grupo, jóvenes canadienses, si hubieran llevado velo, habríamos abrazado el islam.
Recuerdo los mosaicos enterrados de Clunia aparecer al ritmo de la escoba del guardia de aquella colina.
Y a tres hombres malignos que, a medida que se acercaban, despertaban nuestro miedo.
Recuerdo tu topless en una cala de Parga, y aunque tu cuerpo ya era parte del mío, me despertaste un hambre acuciante,
quizá fuera el deseo de los otros, lo que me excitaba.
***
Y aunque también recuerdo lo que quiero olvidar
he preferido hablaros de la intensa luz que hay ahí fuera y no de la oscuridad que frecuentemente me embarga
Querido Rafa, es una absoluta preciosidad. Realmente, eres un poeta:))
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Querida Amparo, muchas gracias, no suelo hacer poemas largos, se me acaban en un suspiro. Éste tiene la ventaja de estar compuesto de 60 pequeños poemas, recuerdos independientes entre sí, que forman un puzle fotográfico.
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