Me mentiría descaradamente
si dijera que siento amargura por mi soledad,
que fue algo inesperado,
que nunca imaginé que llegaría.
Porque lo que soy es inexplicable
sin una inquebrantable decisión de encontrarla
y, ahora, que al fin estamos juntos, siento melancolía.
Sí, de la intensa pasión de un buen polvo
y de sus consecuencias imprevistas,
de vivir Casablanca y escuchar el piano de Sam
imaginando ser ellos, su mano en mi mano,
alegrías que no sopesan
lo pesado de una ruptura,
el desengaño,
el intenso dolor del desengaño,
la pérdida que al menos da término al dolor,
dolor,
dolor.
Ahora todo el dolor es sinsentido
nada puedo perder pues de nadie dependo
nadie me desengaña porque a nadie he engañado
solo estoy yo
que ya sobrepasé la edad del vértigo
cuando el futuro no ofrece esperanza
y, sin embargo, estoy feliz,
con el tiempo agotándose en silencio,
más intensas me suenan las campanas de mi aldea.
Hago planes a largo plazo, tres, a lo sumo, cuatro semanas,
procuro dar sentido al sueño, al despertar.
Me acompañan la música, las nubes que crecen en el bosque,
las estrellas y el río que murmura cuando la noche está más callada.
Estoy en un castillo, una isla virgen, deshabitada y defendida por los bajíos
de náufragos y de piratas.
Protegido en un campo de fuerza solitaria
contra malvadas alienígenas.
Y aquí florezco al ritmo del jardín
y converso conmigo mismo,
me recuerdo,
me convenzo de que no estuvo mal,
de que he vivido sin perder el tiempo
y concluyo,
concluyo que merezco estar tranquilo
porque muy pronto tendré que mover
pieza en esta partida
que se me hace tan corta.