Cuando te jubilas tienes la obligación de responder al que te pregunta que estás feliz, que es un chollo no hacer nada y que te paguen. En cierta forma, se vería descortés decir que es una mierda cuando, en teoría, todo el mundo busca ese paraíso. Y, en realidad, no es una mierda ni un paraíso. Es un tiempo de ajustes.
Mientras tienes obligaciones laborales, estás exento de alguna manera de las obligaciones contigo mismo. Te levantas pronto, te desayunas un atasco, estás nueve horas en la oficina, fábrica o dónde te paguen, meriendas otro atasco y cuando llegas a casa te quedan tres o cuatro horas para meterte en la cama. Entre hacer comidas, planchar o poner lavadoras, o cualquier otra labor doméstica apenas te queda una hora para decir ¡Hola, yo!
Los fines de semana también son sencillos de llevar. Si estás cansado vagueas, si no te dedicas a divertirte que para eso te lo has ganado. Sin embargo, tampoco te permites el reposo de encontrarte contigo a solas.
Cuando te jubilas, todo es sábado, tan sábado que al cabo del tiempo todo es otro día y las semanas parecen un sistema métrico proto-histórico. Ni siquiera el calendario te ayuda a descargarte del peso de aguantar tu yo cada minuto.
Al jubilarse mi padre – a los 75 años – le dediqué un poema con un poco de mala leche. En realidad no tiene tanta sorna porque era consciente de que cuando a mí me tocase lo releería y certificaría que iba dedicado a él y también a mí. De lo que no era consciente es de que ese poema se escribió hace 24 años. Incomprensible, por algún lado se me han perdido los años. Los habré dejado en una mesilla, como el móvil.
POCA IMPORTANCIA
Y nos hacemos viejos.
Como a los viejos gatos
nos echan a patadas de todos los salones.
Jubilarse es así, sentirse gato
en un mundo de perros mimados y fascistas,
que gustan reventar gatos viejos, rendidos.
O sentirse hombre anuncio,
con un “A este le queda un cuarto de hora”
colgando de tus hombros, de tu fama.
Pero lo peor de todo es la certeza
de saberse esperando lo infinito.
No son los homenajes de tu gusto,
donde hay gente que ensaya luto y pésame,
para un día cercano y previsible,
y donde otros te olvidan con urgencia,
como si de verdad hubieras muerto.
Y no te queda más remedio que seguir
como siempre, viviendo sin saber,
fingiendo que le das poca importancia.
Ese viviendo sin saber es lo que mantiene mi esperanza, al fin y al cabo es lo que siempre hice. Por eso decía que lo de jubilarse es un ajuste, impresiona como los mojones de la carretera que marcan los kilómetros, pero la carretera sigue, los mojones están solo en la cuneta.