Las piernas son mercurio
cuando llega el fracaso,
aurora silenciosa
que con mil toneladas de cascotes
oprime el pecho
y hace que el fracasado tenga ese aire
de hombre rendido.
El fluir del pensamiento cesa
cuando llega y se estanca,
las ideas se posan
sobre un fondo enlodado.
Sólo las huellas de los dinosaurios
darían sentido a ese limo,
pero no,
es el alma de cieno
del fracasado.
Ya no siente.
De no querer sentir,
el fracasado ya no siente.
Se entera de su vida
si se la cuentan en la radio
mientras friega,
mientras suda,
mientras fracasa.
Pero en la silenciosa aurora,
aún queda el hombre invicto,
un samurai acorralado
que no duda y envaina su katana.