Las convicciones nacen cuando somos jóvenes
y cuando dejamos de serlo
el escepticismo trepó por los tobillos
y nos llegó hasta el mentón.
Aun así, el más escéptico conserva
las convicciones de la juventud,
las sigue, aunque no tenga fe en ellas,
las defiende en silencio, solo para sus ojos,
porque ante tanta mierda,
pensar que todavía cree en ellas,
lo tranquiliza, le da un respiro antes de volver
a pisar el estiércol.